viernes, 5 de septiembre de 2014

Tus 100 metros lisos

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Silencio. Se calla. Me mira. Me guiña un ojo y me saca la lengua. Me tienta, se ríe y me hace correr detrás de ella. Me siento un atleta apunto de correr los cien metros que me separan hasta la meta que es su cuerpo. Suena el pistoletazo de salida. Ella corre y yo la persigo. Ella ríe y yo sufro, grito y me deshidrata el no poder beberme sus labios. Ella se divierte, se mueve cómo una gacela. Yo me muero y me mata la cuenta atrás. Quiero tocarte amor, quiero tocarte. Quiero parar el cronómetro en un suspiro con diez caricias. Quiero tenerte anudada a mi costado, que me ates y que no me pierda. Quiero tenerte cómo la fuente de calor que me abrigue en esta noche fría, en esta pálida sonrisa que se corta si no la tocas. Quiero mecer el viento al compás de tu pelo y bajarte la luna para ponértela de sombrero. Déjame alcanzarte amor, déjame alcanzarte. Deja de reírte porque yo no río, porque yo sufro por estar tan cerca de rozarte y por perder las manos, que se diluyen, se evaporan, si estoy a punto de echar mis redes sobre ti. Tu risa me mata cada vez más, tus ojos me ahogan ciegan cada vez más, tu boca me ahoga cada vez más, tu cintura me niega el último baile una noche más, tus manos se burlan de mí con movimientos acelerados otra vez más, tus piernas me niegan pisar por tus orillas una vez más. Tengo que sentirte amor, tengo que sentirte. El alma se me seca y el corazón se me sale por tu boca. Decías que tenía un corazón que no me cabía en el pecho, pero ahora siento que mi corazón se te escapa por la boca, hecho añicos, en mil pedazos inconclusos, incompletos. Mi corazón de atleta se ahoga en el fondo de una botella de Vodka porque no sabe latir a tu ritmo. Déjale que lata, amor, déjale que lata. Porque el impulsor de este cuerpo, ya sin aliento, quiere sentirte cerca en el abrazo más cálido que jamás pudieron darte otros brazos huecos. Se me acaba el tiempo, amor, se me acaba el tiempo. Tú te aburres. Ya no ríes. Me gritas, pero mi boca ya no entiende tu lengua. Me miras, pero mis ojos ya no pueden ver el brillo que había en tus ojos. Te resignas, aprietas el ritmo. Yo me quedo aquí, anclado en mí mismo, encallado en un puerto solitario donde el sol no brilla, donde la luna es turbia y el frío se cala hasta el fondo de un corazón inerte donde ya no brota ni el mínimo resquicio de vida. Te vas. Te marchas. Yo me quedo aquí, sin poder entenderte, sin poder seguirte el ritmo. 

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