sábado, 28 de septiembre de 2013

Pausa.

<<¿Sabes? A veces, cuando hablas, el tiempo parece que se detiene y me pierdo con el ritmo de tus palabras.>>


   Mónica era mi pausa. Era el tiempo que se nos detenía cada vez que la miraba. Ella pensaba que yo era la pausa de su reloj, pero eran sus ojos cómplices, como los del niño que ve el arco iris por primera vez, los que hacían que mis palabras brotaran sin pausa, con ritmo y destreza, para alabar su mirada inundada de secretos. Mónica era capaz de hacer realidad lo que siempre pensé que sería la felicidad. Imaginaba su rostro antes de conocerla; su rostro vislumbrado entre la niebla donde sus ojos vidriosos y sus labios carmín, me incitaban a la locura de atarme a su sueño. Cuando Mónica me tocó sin los dedos, fue la primera vez que pausó el tiempo. Ella se quedó ahí, sin respirar, como si hubiera cogido un mando y hubiese pausado su película. Pasé horas intentando recorrer cada centímetro de su finura con mis ganas de vivirla. Mónica era como el poema que siempre había querido escribir, como sí la Luna se hubiese fugado del cielo para colarse por la ventana de mi vida para darle sentido a mis sueños. Mónica era la Luna echa mujer. Mónica era pura y limpia, blanca del color de la luna llena y de melena negra como la oscuridad de cuarto menguante. Mónica se extrañaba y disfrutaba cada vez que deteníamos el tiempo, ella con sus ojos y yo con mis palabras, pero lo que Mónica no sabía era que todas las palabras que tenía para ella, formaban parte de todos y cada uno de los poemas que llegué a escribirle a la Luna.

   Es curioso como Mónica llegó a cambiarme la vida y cómo, desde entonces, vivo con el mundo en pausa mirandola por la ventana a ella, llena.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Guárdame la Luna

Búscame en la noche. Sálvame la vida. Soy predicador del tiempo y dramaturgo de sustitución. ¿Por qué? Porque vivo una vida sin rumbo; una vida al compás de la Luna. A ella le he dedicado mis versos, mis heridas y mis promiscuidades. Me condené a su letargo desde tiempos más lejanos a las manecillas de su reloj de pulsera. Era domingo y Luna me miraba, me guiñaba el ojo y me regalaba besos. Cupido fue un cabrón al enamorarnos. Nuestro amor era oscuro y cómo sacado del siglo XVIII. Necesitaba estar cerca de ella, por eso hice un pacto con el Diablo: le vendí mi alma a cambio de que me convirtiera en hombre lobo. Cada noche aúllo a mi amada y ella me premia con un vestido diferente en cada ciclo. A veces subo a dormirme en su ombligo, otras la beso en todas las charcas y, a veces, ella alumbra el mundo en la oscuridad para demostrarle a todos, los límites infronterizos de nuestro amor. Ella me mira y yo deliro. Ella es mi sino. Una vez soñé que Luna pedía un deseo a sus hermanas las estrellas, a cambio de su luz, y que Luna se vestía con cuerpo de mujer, y que bailábamos un tango en la orilla del lago donde acudía a bañarme en ella las noches de luna llena. Luna, más pura que alguna, y más puta que ninguna. Luna era mujer de el Firmamento y yo era su amante licántropo. Firmamento me castigaba sin verla lanzándome lluvias de asteroides, cometas o días sin noche; me mandaba heladas, lluvias torrenciales, enfermedades y concubinas. Nadie me dijo que tenía que luchar contra los elementos y los pecados carnales, por un amor que tildaban de imposible. Nadie dice de quien te enamoras, donde moras o por quien has de llorar. Por eso te pido, Sol, que me guardes la Luna, porque en otra vida ella será mujer y yo un hombre y, así, podremos cumplir mi sueño de bailar a la orilla del lago.