martes, 3 de diciembre de 2013

No te salves.

No te salves si crees que la vida depende del colectivo; si piensas que el amor depende del externo más que del interno. No te entregues al vacío sin haber probado el sabor que tiene el cielo. No te consumas cual cigarro, sino sabes la respuesta de un examen. No te lastimes si no encuentras la libertad en su mira; si crees que el paraíso se encuentra entre sus piernas y no tienes la llave de su puerta. No digas que no puedes hacerlo, si tan solo caíste una vez y no tuviste el valor para levantarte de nuevo para alzarte por encima del sol y mirarle desde arriba. No te avergüences del camino que hacen tus pasos sin tan si quiera saber donde dejan de andar. No te culpes de la derrota si no de no haberte fortalecido con ella. No te rompas.

No te salves si no vas a demostrar que eres fuerte. No te salves si no evocas y gritas a plena voz: SIEMPRE FUERTE.

sábado, 9 de noviembre de 2013

Olvidándote.

Te pienso. Siento que aún te pienso y pienso que me dueles. Hubo un tiempo en el que tus costados eran mis razones. Que tus costado me ataban a cuerpos frágiles que se deshacían sin prisa. Sin prisa..., pero ya no hay espacio para sonrisas; de nada me vale ni me salva tu sonrisa. Ya nadie acepta mis pagos ni con visa ni me desnudan poco a poco..., poco a poco con el sonido de una risa que perdió brillo; que ya no tiene reina ni castillo. Ya no chillo como un grillo, ni te encierro en el altillo de mi vida; pues ya no hay salida ni corazón de sustitución para cantarte esta triste canción que me regaló un canta-autor al escuchar los ecos de voz... Perdí la voz, sin saber en qué rincón de esta habitación te deshaces el amor ni en qué lluvia te perdí, porque te di una boca hueca que se muerde si te toca. Regálame palabras rotas que se rompan con cada copa. Dame rosas negras secas para olvidarme de tus mejillas con pecas. Déjame la llave de esta prisión y libérame de la razón del corazón que no entiende tus sin razones ni tus perdones. Átame los cordones y dame nuevos dolores que curen sin pastillas la soledad que se acuna en mis patillas. Ya no me resguardan del sol ni las sombrillas de las orillas de esas piernas que me ataban, me mecían y me acomodaban mientras compartíamos almohada y madrugadas. Que ya no quiero hadas ni palabras vagas que me hablan de perdones y no piensan en dolores de amores agrios que pisan sueños viejos de alquiler. No quiero más cuerpos de alfiler ni mal-vender besos por doquier que se enredaban hasta en los huesos del somier. Cámbiame el mes de Abril por Noviembres de frío y fragilidad; por Agostos fríos en Argentina o por Eneros muertos sin años nuevos. Rómpeme los huevos y regálame unos nuevos porque me pesa tu esencia y no quiero tener entre mis cuatro paredes tu ausencia y amnesia culpables de deudas que dejan dudas y amarguras en un cuerpo muerto lleno de magulladuras. Déjame aullarle a la Luna y que me responda con una canción de cuna hecha para soñar. Para soñar y olvidar; para abstraerme del recuerdo de tus ojos verdes. Déjame no volver a verte.

viernes, 1 de noviembre de 2013

Pirata.

Cuando te miro..., cuando te miro me entran unas ganas tremendas de ser un corsario; de ser un pirata que surca los mares y oceanos que te embarcan y me embargan los sentidos. Porque yo soy esclavo y yugo de tus mares; porque tú eres del sabor de la sal más marina que existe y, aún así, eres tan dulce como el mayor de los tesoros. Muéstrame tu 'X' que voy a explorar el mapa de tu cuerpo; que voy a hallar tu tesoro. Déjame ser el pirata bajel que naufrague en el oceano de tus ojos. Déjame ser un naúfrago en la comisura izquierda de tus labios. Déjame perderme en el bosque de tus dientes y capturar a la bestia que es tu boca. Domar a una bestia salvaje es difícil, pero más difícil es no sentir amor por lo salvaje.
A veces me siento tan pirata, que dibujo una X en tus labios para recordarme dónde está el mayor de mis tesoros.

Mis aullidos.

Respírame, loba, pues no hay mayor libertad que la respiración que se nos escapa en todas y cada una de nuestras odas a la luna. Muérdeme el lomo y siente como la sangre se cuela entre tus fauces. No hay dolor cuando se hiere por amor; el dolor se camufla por la pasión que me inducen tus colmillos afilados. Rúgeme, loba. Hiéreme por causarte daño, por romperte el pecho y estropearte el manto que te envuelve. Pero déjame que te muerda y que te quite tu identidad. Deja que compartamos una nueva esencia, un nuevo nombre con una piel diferente. Deja que seamos nuestros, loba. Deja que seamos mis aullidos.

sábado, 28 de septiembre de 2013

Pausa.

<<¿Sabes? A veces, cuando hablas, el tiempo parece que se detiene y me pierdo con el ritmo de tus palabras.>>


   Mónica era mi pausa. Era el tiempo que se nos detenía cada vez que la miraba. Ella pensaba que yo era la pausa de su reloj, pero eran sus ojos cómplices, como los del niño que ve el arco iris por primera vez, los que hacían que mis palabras brotaran sin pausa, con ritmo y destreza, para alabar su mirada inundada de secretos. Mónica era capaz de hacer realidad lo que siempre pensé que sería la felicidad. Imaginaba su rostro antes de conocerla; su rostro vislumbrado entre la niebla donde sus ojos vidriosos y sus labios carmín, me incitaban a la locura de atarme a su sueño. Cuando Mónica me tocó sin los dedos, fue la primera vez que pausó el tiempo. Ella se quedó ahí, sin respirar, como si hubiera cogido un mando y hubiese pausado su película. Pasé horas intentando recorrer cada centímetro de su finura con mis ganas de vivirla. Mónica era como el poema que siempre había querido escribir, como sí la Luna se hubiese fugado del cielo para colarse por la ventana de mi vida para darle sentido a mis sueños. Mónica era la Luna echa mujer. Mónica era pura y limpia, blanca del color de la luna llena y de melena negra como la oscuridad de cuarto menguante. Mónica se extrañaba y disfrutaba cada vez que deteníamos el tiempo, ella con sus ojos y yo con mis palabras, pero lo que Mónica no sabía era que todas las palabras que tenía para ella, formaban parte de todos y cada uno de los poemas que llegué a escribirle a la Luna.

   Es curioso como Mónica llegó a cambiarme la vida y cómo, desde entonces, vivo con el mundo en pausa mirandola por la ventana a ella, llena.

domingo, 22 de septiembre de 2013

Guárdame la Luna

Búscame en la noche. Sálvame la vida. Soy predicador del tiempo y dramaturgo de sustitución. ¿Por qué? Porque vivo una vida sin rumbo; una vida al compás de la Luna. A ella le he dedicado mis versos, mis heridas y mis promiscuidades. Me condené a su letargo desde tiempos más lejanos a las manecillas de su reloj de pulsera. Era domingo y Luna me miraba, me guiñaba el ojo y me regalaba besos. Cupido fue un cabrón al enamorarnos. Nuestro amor era oscuro y cómo sacado del siglo XVIII. Necesitaba estar cerca de ella, por eso hice un pacto con el Diablo: le vendí mi alma a cambio de que me convirtiera en hombre lobo. Cada noche aúllo a mi amada y ella me premia con un vestido diferente en cada ciclo. A veces subo a dormirme en su ombligo, otras la beso en todas las charcas y, a veces, ella alumbra el mundo en la oscuridad para demostrarle a todos, los límites infronterizos de nuestro amor. Ella me mira y yo deliro. Ella es mi sino. Una vez soñé que Luna pedía un deseo a sus hermanas las estrellas, a cambio de su luz, y que Luna se vestía con cuerpo de mujer, y que bailábamos un tango en la orilla del lago donde acudía a bañarme en ella las noches de luna llena. Luna, más pura que alguna, y más puta que ninguna. Luna era mujer de el Firmamento y yo era su amante licántropo. Firmamento me castigaba sin verla lanzándome lluvias de asteroides, cometas o días sin noche; me mandaba heladas, lluvias torrenciales, enfermedades y concubinas. Nadie me dijo que tenía que luchar contra los elementos y los pecados carnales, por un amor que tildaban de imposible. Nadie dice de quien te enamoras, donde moras o por quien has de llorar. Por eso te pido, Sol, que me guardes la Luna, porque en otra vida ella será mujer y yo un hombre y, así, podremos cumplir mi sueño de bailar a la orilla del lago.